miércoles, 9 de diciembre de 2015

Silva para unos quintillizos muertos



Silva para unos quintillizos muertos

a Alejandra Negrete, Rubén Espinosa, Nadia Vera,
Mile Virginia Martín y Yesenia Quiroz, asesinados
el 31 de julio 2015 en la Ciudad de México
in memoriam


Azul sangre y rojo cielo a 19 grados arriba del Ecuador. Un departamento, antes y después del azul, 5 sangres, Yesenia, Rubén, Nadia, Mile Virginia y Alejandra. Nudo gordiano atado en sus gargantas, the nooze, nudo nada náutico (el cuerpo nao sin quilla) sino el de la asfixia, no, mejor, más eficiente, es la carnicería, la yugular abierta como un pan entre dos manos, el tiro de gracia (la carne relámpago se abre pero, no se cierra). Alabado sea el blando resorte del gatillo, pero antes, eso sí, Alejandra trapeaba pisos y tendía camas para gente viva; Mile Virginia modelaba; Rubén tomaba fotos; Yesenia pintaba párpados; y Nadia —hoy a la vera de Cristo— blandía la vera cruz de la lengua. De ahora en adelante, Alejandra ha de sacudir los muebles del Paraíso; Rubén de retratar a los querubines (qué majos son los ángeles); Yesenia de retocar los bucles de Santa Úrsula, ponerle rubor en las mejillas, espolvorear de rojo la cara de la Virgen de Guadalupe (rojo rubí que no sangre, para que Ella, tan celestial, esboce una sonrisa hacia los verdugos de la calle Luz Saviñón 1909, porque seguirán acomodando sus posaderas en las sillas mágicas del Congreso que son remedos de cajeros automáticos); y Mile Virginia habrá de practicar el zapateado en la pasarela flotante a los lados de la cual están formados los Seres de luz, muy arriba de las nubes. Ay ustedes cinco que se asomaron a la mirilla, ¿escucharon acaso la mano velluda descorrer el pestillo? ¿Quién fue primero? (Rubén es la cereza sobre el pastel del Estado, guardemos a Rubén para el final) ¿Qué vecino oyó lloroso los lloros llamando a los santos, qué sordo escuchó el laúd de la voz tocando las notas del santoral con sus cuerdas de henequén? ¿Qué dirán los medios de aquella catástrofe?: fue un ladrón, un malabarista, un malviviente, y se llevó los diamantes de veinte quilates de Alejandra // se llevó la cámara de colección de Rubén para tomar fotos de gente honorable // se llevó las plumas delineadoras de cejas Mont Blanc de Yesenia // se llevó la libreta de apuntes incunable de Nadia que pertenece a un museo de alta seguridad // se llevó los zapatos de cristal y el traje de crinolina con botones de esmeraldas de Mile Viginia, la colombiana. ¿Quién te oye gritar, Yesenia-Mile-Vera-Rubén-Alejandra, quién entre la gente mucha que no se digna en abrir la boca? No hay para donde correr aquí, concierto para piélago y conquista, exilio interior a la mexicana. La escoba de Alejandra, hoy, vuela lejos de los brujos patrios; el obturador de Rubén corta de tajo el aire jarocho; la pluma de Nadia escribe Yo soy el muerto 132, 132 solamente hoy del Río Bravo al Usumacinta, Ya me cansé (el armisticio lo firmarán en 1909 años cuando se hayan roto todos los relojes de arena); los pinceles de maquillaje de Yesenia pintan un cuadro donde no figuran los anatomistas de Rembrandt, sólo el cadáver; y los vestidos de Mile Virginia ondean ligeros a media asta. En tu ataúd de cristal, Yesenia-Mile-Vera-Rubén-Alejandra, ¿verás desfilar de menos el cielo de Tenochtitlán? Ése es un cuento de hadas al revés: el beso del príncipe mata, la reina perversa sube al trono con todo y huso envenenado. El rostro de Rubén tasajeado, mascarón de proa rumbo a la tempestad, uno de cinco rostros siguiendo como girasoles la luz de las alturas porque aquí abajo luz no hay, México un cuartoscuro, México un proceso sin juicio.  

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